EL ASCO
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Palabras
claves: sexualidad adolescente, educación sexual, salud sexual adolescente,
sexualidad responsable, educación sexual familiar.
JUSTICIA SEÑOR GOBERNADOR
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El
personaje principal, el doctor Amenábar, es un juez respetado, recientemente
despojado de su cargo por la Corte Suprema de Justicia. Ese ser que ha dedicado
su vida a las leyes se siente abandonado de la confortadora presencia de su
escritorio, su campanilla, sus legajos, el personal a sus órdenes, y ya ni
siquiera opone resistencia cuando su sobrino lo lleva a un sanatorio que
resulta ser un hospital psiquiátrico.
El juez nos
va mostrando los laberintos de la existencia mientras otras realidades a su
alrededor se mueven en terreno pantanoso. El vecino de la celda que se cree
armado de piezas metálicas, el cura que arma una teología fantástica, el
sobrino que vive en el mundo de los cuerdos pero da crédito a los espiritistas.
Tan sólo la presencia del amor, en la figura de la enfermera Lucinda, parece
dar un sentido a ese manicomio que es también el mundo. Es la obra más
importante del escritor Hugo Lindo.
RESUMEN DE LA OBRA
PUTA VIEJA
Así era mi cuerpo, como el de la Margot, la
cipota que está acusada de guerrillera. Claro, han pasado tantísimos años que
ahora con mi cara cruzada de arrugas, la boca sin dientes y los pilguajos de
chiches que me quedan, nadie podría reconocerme. Pero era bonita, aunque se
rían.
Cuando lo conocí acababa de llegar al
"Over de Top", un burdel que quedaba en Soyapango y donde había otras
quince muchachas, todas lindas, porque el Over era de lujo, sólo lo
frecuentaban señores de carro y por la salida de una había que pagar quince
colones. En ninguna parte cobraban tanto.
Él vivía en una de las casitas de
madera que quedaban a la orilla de la cuestona que sube para Soyapango. Lo veía
con su uniforme del Instituto Nacional, siempre bien limpio, con los cuadernos
apretados debajo del sobaco y su quepis de lado, con la hebilla del cincho bien
lustrada; caminaba la cuestona del Agua Caliente para tomar el bus en la
Garita, aunque muchas veces se iba a pie, porque no tenía ni cinco para la
camioneta.
Al principio me miraba con desconfianza
porque yo iba bien pintarrajeada, las cejas recortadas y los montones de rouge
en la cara. Quizás por eso decían que a las que se pintan así la cara les
rebota de putas. Yo estaba bien cipota, de unos diecisiete. Él era menor.
Apenas llevaba una estrellita negra en la manga de la guerrera cuando me dijo
que iba a cumplir los trece.
No me miraba, me tragaba con los ojos,
y yo que ya era un tigre que caza echado, me burlaba y a propósito usaba unos
vestiditos cortitos, o me bajaba a comprar la leche, sin sostenes, caminando la
cuestona a la par suya y lo miraba al pobre, todo rojo de vergüenza tratando de
cubrirse la bragueta con los libros, porque ya se le había endurado la
cuestión. Hasta que comenzamos a hacernos amigos.
Al poco tiempo me regaló una foto y es
por esa foto que estoy presa. Era mi chulo. Pero no de esos que le pegan a una
y dicen que la protegen. No. Él nunca me pegó. Era mi chulo porque era mi
marido, aunque no vivíamos juntos en la misma casa, pues yo siempre anduve en
los burdeles, hasta que puse mi propia pieza a orilla de calle, allá por La
Tiendona, y aunque se quedaba a dormir conmigo toda la noche, pero sólo los
viernes, porque estaba estudiando.
Yo, para qué voy a negarlo, siempre
estuve engazada de él. Hasta ahora.
Cuando recién comenzamos nuestro idilio
no me quería agarrar los centavos, entonces yo le compraba ropa, buenas camisas
italianas de donde Hugo Tona, y las mejores zapatillas que habían en La
Marzenit. Me gustaba que anduviera bien guapo y, aunque salíamos poco, me
sentía orgullosa de vestirlo bien tipería. Así fue que se acostumbró a la buena
ropa. Hasta la de uniforme se la compraba de la mejor tela, no la rascuache que
la vendían en Martínez y Saprisa. Ninguno del Instituto Nacional se vestía tan
bien como yo lo vestía a él.
Los viernes me ponía lo mejorcito que
tenía, pura angelita parecía, sin pintarme para que no me viera la cara de lo
que era, y lo llevaba a comer. Íbamos a comer al restaurante Francés, uno bien
elegante que quedaba esquina opuesta a donde Ambrogi y nos íbamos en taxi para
que no lo vieran sus amigos. Nunca lo llevé a los restaurantes adonde lo llevan
a una los clientes, ¡cómo van a creer! Ni al Claros de Luna, ni al Mercedes, ni
siquiera a El Migueleño. Íbamos al Francés porque además allí había reservados
y no me importaba gastar lo que fuera.
Para su bachillerato le regalé un traje
entero, de allí mismo, donde Toná, un
casimir inglés gris oscuro, que se lo hizo el maestro Huguet de la Sastrería
Anatómica. Se miraba elegantísimo con su corbata roja pringada de blanco, y esa
noche del título nos fuimos al restaurante y lo hice que se bebiera como seis
jaiboles. Cuando llegamos a la pieza iba bien atarantado y pasamos una velada
deliciosa haciendo planes para su futuro. Por esa época yo sentía que me
quería. Esa noche me regaló otra foto de uniforme, donde estaba en grupo, pero
se me perdió. La otra sí, la conservé toda mi vida.
Llevaba como quince años de vida
miserable, con tantos desvelos, y los clientes que obligan a tomar, y si una no
cede, no salen. Era borracha entonces, pero delante de él lo disimulaba. No
tomaba nada, aunque a veces me sentía olor a trago y se molestaba.
Se perdía por temporadas sólo llegaba
por necesidad de los centavos. Pobrecito.
En esos tres años lo perdí. No lo volví
a ver nunca, por más que hice para buscarlo. Como no permitía que conociera a
sus amigos, no tenía a quién preguntarle. Después supe que se casó con una rica
de aquel pueblo. ¡A saber!.
Entonces, de decepción, comencé a tomar
más seguido y fui perdiendo mi clientela. De aquella puta que cobraba cinco
pesos en mi pieza, fui bajando hasta llegar a tostones. Estaba marchita. Me
había adelgazado y tomaba a diario. El único consuelo era su fotografía, que
había mandado a ampliar y tenía en un marquito con vidrio y todo. Pensaba que
algún día volvería, pero así fueron pasando como veinte años o más.
Después ya ni de puta servía, por
vieja, flaca y fea. Así puse una mi vente cita de frutas allí mismo, en el
mesón, ¡pero que iba a ganar! Además estaba podrida de la sangre, porque en la
Sanidad me habían puesto la novecientos catorce varias veces, pero siempre
estaba toda llena de chiras.
Entonces vino el pleito, porque la
pieza la compartía con la Tencha, una puta no tan vieja que todavía trabajaba
con el cuerpo pero era más borracha que el mismo guaro. Estaba necia desde
hacía meses queriéndome quebrar la foto y burlándose de mi abogado. Eso a mí no
me importaba, pero que no me fuera a tocar la foto, porque se iba a arrepentir.
Hasta una noche, en que las dos estábamos pasadas de borrachas, agarró la foto
y la tiró contra el suelo, y después la rompió en mil pedacitos. Yo no le dije
nada porque tenía miedo, pero cuando estaba dormida le metí a saber cuántas
puñaladas y me acosté. Al día siguiente la hallaron bien muerta. Y no me arrepiento,
si me volviera a romper la foto, la volvería a coser a puros trabones.
A él, después de veinticinco años, lo
volví a ver en el juicio. Estaba lindo, bien vestido, con un traje gris oscuro
como el primero que le regalé. Se veía elegante, como cuando yo lo vestía. Era
el fiscal. Es decir, no era él propio, sino su hijo. Eran igualitos. La misma
mirada seria, el mismo bigote, su misma boca que tantas veces me comí, ¡y como
sabía el muchacho! Hizo pedazos al defensor que me habían puesto, y yo,
mientras él me insultaba, me decía puta vieja y otras cosas, lo miraba,
embelezada, no le apartaba la vista, pensaba que era él, mi estudiante, el
único amor de mi vida. A veces me turbaba y yo le obsequiaba una sonrisa. Era
lindo, tenía la misma voz, y los mismos gestos. Cogía el cigarrillo igualito
que él, y de malicia echaba bocanadas de coronitas como el papá.
Cuando terminó el juicio llegó a la
banca donde yo estaba y me preguntó que por qué lo veía con tanta ternura, si
él estaba pidiendo mi condena. Porque sí, le dije. Porque usted es bien lindo,
como hubiera querido que fuera mi hijo, y le besé la mano
Aquí en la cárcel me enseñaron el
diario y recorté la foto. Se miraban bien lindos. Él, ya viejón, pero guapo, y
él, jovencito, en primera plana. Resonante triunfo de padre e hijo, decía.
Magistrado asciende a presidente de la Corte Suprema el mismo día que su hijo
obtiene la condena de una asesina.
EL MINIMUM VITAL
El Salvador era una república cafetalera con hondos contrastes sociales
y profundas injusticias de todo tipo. Masferrer se sintió llamado a plantear
soluciones, desde una perspectiva humanista y no violenta, para superar la
crisis nacional que se estaba incubando.
En las páginas de Patria dio a conocer su pensamiento, denominado como “vitalista” en el que abogaba por que a cada persona le fueran garantizadas las condiciones mínimas para tener una vida digna. Esto es el núcleo de su gran libro El Mínimum vital, en el cual plantea: “¿Es posible facilitar y aun asegurar a todos los habitantes de la nación este Mínimum de vida , sin el cual toda existencia es un fracaso, toda criatura humana degenera y se bestializa? Sin duda que lo es, puesto que se realiza constantemente en la familia. Toda familia normalmente constituida atiende, en primer término, a obtener y mantener para cada uno de sus miembros el Mínimum Vital: a que todos ellos se alimenten, trabajen, se vistan, habiten en buenas condiciones, adquieran una instrucción elemental, y se desarrollen en todo siguiendo una norma de equidad y justicia.”
DINERO MALDITO
La obra
habla sobre el alcoholismo en El Salvador y los diversos problemas sociales que
este traer. “El Dinero Maldito” toca aquellos puntos de la moral de la persona
y a su vez establece normas de comportamiento e ideología para una mejora
personal yuna mejor sociedad. En la obra se habla de un dinero que se gana de
una forma justa porque se consigue por trabajar ósea es un dinero que de verdad
las personas gana no lo roban, pero que lo gastan de una manera incorrecta. El
autor da a conocer que el dinero es maldito ya que este no da más que problemas
para el que lo emplea en vicios y no en su familia , que es la quemas sufre
cuando uno de sus integrantes cae en la penuria del dinero maldito, ya que no
supo cómo utilizarlo. En la obra primero se ven estos factores de manera
general en el sentido deque el autor expresa que las personas trabajan
arduamente y duramente para conseguir su dinero pero que al final solo lo usan
en cosas malas en cosas que les dan un fin mal como parar en el hospital, la
cárcel o morir ya que los hombres trabajan duro durante toda la semana pero
llegado el fin de semana utilizan el dinero para beber hasta perder la razón
por completo mientras en sus casa sus familias tiene que buscar la forma de
subsistir, y así los hombres que una vez trabajaron duramente y tenían un poco
de dinero terminan hasta con deudas por buscar la manera de conseguir más
dinero y seguir utilizándolo en sus bebidas. Luego en la obra se muestra una
perspectiva desde la casa de un ebrio donde se demuestra que su familia vive en
pena constantemente ya que el hombre al llegar ebrio a su casa maltrata a su
familia no se da cuenta de lo que hace, se deja llevar por sus impulsos hasta
llegar el momento en que el se da cuenta de que se ha alejado de sus familiares
que el ha cambiado y no para bien que simplemente se ha convertido en una
persona que necesita tomar.
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